Hospitalización por la HIPEC

La decisión estaba tomada, pasaría de nuevo por quirófano para realizarme una técnica llamada Hipec. Desde la medicina convencional era la única "posible" solución a la evolución de la enfermedad que durante los últimos 6 meses me había dejado bastante debilitada y se veía un mal pronóstico. La carcinomatosis peritoneal, es un mal pronóstico con pocas soluciones. Cuando en noviembre del 2016 me lo diagnosticaron, de inicio lo llevé bien pues mi cuerpo estaba fuerte y me sentía sana. Según fueron pasando los meses y comenzaron las molestias, ya no estaba tan segura y al bajar mi forma física, comenzó a afectar a mi estado de ánimo. Comenzamos con la quimio preparatoria para la posible intervención, todo era una montaña rusa. 
Unos días antes de entrar en quirófano, como se me había hecho por segunda vez ascitis, los cirujanos al cargo de la misma, me dijeron que tenían serias dudas en operarme , y en el caso de hacerlo, podría ser que no pudieran realizar todo el procedimiento. Entrar en quirófano sin ningún tipo de seguridad fue algo que no llevé muy bien y me hizo dudar en realizarla o no. El despertar es muy complicado, suele ser bastante traumático, pues tu cuerpo tiene un  estrés acumulado que unido a todo el meneo que te han dado, te deja hecha una caca. 
El 10 de enero del 2018 a las 8 horas de la mañana ya estaba en medio del movimiento de quirófano. Las enfermeras y enfermeros como siempre, bromeando, de buen humor, te van saludando e introduciéndote poco a poco en el tinglado que durará unas cuantas horas. La verdad es que estaba bastante tranquila, lo único, esa angustia de no saber que iba a pasar. Era consciente que pasara lo que pasara, ya no había marcha atrás y que de ahí, surgiría mi nueva vida.
El despertar fué bastante duro. Tumbada en una camilla me sentía completamente invadida por cosas, tubos y aparatos. Tan sólo abrir los ojos, noté la sonda nasogástrica como inflamaba mi garganta y sin casi poder reaccionar, vomité un líquido verduzco con muy mal olor. Pude escuchar a una enfermera como decía- "Ay, pobrecita..."-. Super aturdida y agotada, comenzaron a moverme. Me hicieron unas radiografías, me cambiaron de la camilla a una cama y comenzaron a desplazarme camino la UCI. Al salir, ví a mi familia que me miraban con cara cansados y sorprendentemente ví a mi amigo Jordi al cual no esperaba, pero que me alegró ver. 
Una vez instalada en la "Suit" de la UCI, dado el tamaño de la habitación, sentí todo el movimiento de la misma, trabajadores de arriba a abajo hablando a grito pelado, el entrar y salir constante de la habitación a mirar constantes y hacer seguimiento. Por dios, sólo quería que se callaran un poco y me dejaran descansar, estaba tan agotada...Pero eso no era posible. Dentro de la alegría que sentía mi familia pues la operación se había podido realizar al completo, es decir, limpiar las zonas que se veían afectadas y realizar una segunda fase con quimio caliente intraabdominal, yo era incapaz de alegrarme. Dentro de mi, se había instaurado una tristeza tan profunda que sólo quería desaparecer. Era tal la sensación de estar hecha polvo, que en mi cabeza salía la idea de arrepentimiento, yo no quería vivir siempre sufriendo y en esos momentos, lo estaba y mucho. No me compensaba, no me consolaba nada. 
Tras las primeras horas de estar en la UCI, viene una doctora y me dice que debido al tipo de intervención se me ha hecho un Neumotorax y me tienen que insertar un catéter en el pulmón derecho para aspirar el aire que se me había puesto entre la pleura el mismo. Si ya no tenía suficientes cosas saliendo de mi cuerpo, sólo faltaba otro incómodo aparato. Pues venga, vienen todo el super equipo de cirujanos y en un plis, me enchufan a otro aspirador. Ya me dijo el cirujano en una de las consultas que al salir de quirófano sería como un arbolito de navidad con tantos adornos. En esos momentos tenía:
  • Sonda nasogástrica con su maravilloso aspirador. Es una de las cosas que peor lleve, pues a parte de pasar una sed increíble durante los primeros días (aunque con los días disminuye), es bastante angustiosa, te dan ganas de vomitar.
  • 5 drenajes abdominales
  • Sonda besical
  • 3 vías, una en el cuello y dos en el brazo izquierdo. 
  • El drenaje del pulmón
  • Epidural
Dolorida y desbordada, con una tensión de nervios que comenzó a salir a modo de ataques de pánico que me hacían muy difícil el poder estar relajada. Me entraban ganas de arrancarme todos los chismes y salir "corriendo", alejarme de esa realidad que no era capaz de aceptar. Los primeros días fueron muy difíciles. Al poco tiempo comenzó el dolor, un dolor intenso que me hacía perder la cabeza. Con epidural y calmantes en vena no desaparecía. En los picos de dolor era como si tuviera el infierno dentro de mi barriguita, me ardía y acentuaba mi nerviosismo. En esos momentos deseaba que me dieran algo y me hicieran desaparecer para no sufrir más.
Al cuarto día me subieron por fín a una habitación individual y la cosa mejoró un poco, aunque aún me quedaba pasar unos días más de "patiment" pues tenían que desconectarme poco a poco la epidural y eso suponía que iba a ser más consciente del dolor. Y sí, así fué, pasé unos días horribles de dolor que por suerte poco a poco fue cediendo a base de calmantes de todo tipo. 
El quinto día vinieron los cirujanos y me dijeron que me iban a acortar los drenajes, que nada, que quitaba el puntito, estiraban, cortaban tubo y cosían de nuevo en vivo. Estaba tan dolorida que casi no sentí nada. La verdad es que no era muy agradable, cirujano por lado y al ataque, estira, corta y cose. Me cambiaron los drenajes de cable largo, por unos que se pegan en la barriga. Cómodo, cómodo, la verdad es que no lo es, pero era un paso maś. Ese mismo día, les comenté los ataques de angustia y ansiedad que me daban y me mandaron un psiquiatra y una psicóloga. Me reconfortó pues me veía tan desbordada que sentí que necesitaba ayuda urgente. Tan sólo llegar y comenzar a contarles, me dió tos y al llevar la nasogástrica, comencé a vomitar, ya no sé si era por el propio proceso o por el nerviosismo en el que estaba sometida. La verdad es que fueron muy majos. El psiquiatra me explicó cual era la posible causa de los ataques de pańico que me daban durante el día y la noche, y me recetó unas pastillitas de ayuda para que por lo menos pudiera descansar y bajar esa sensación de ansiedad. Todo muy flojito pues interesaba que durante el día estuviera despierta y activa para poder ir moviendome por los pasillos del hospital Broggi. 
Ese mismo día tome la decisión de no querer correr, estaba algo desesperada con la sonda nasogástrica, pero si mi cuerpo necesitaba más tiempo del habitual, debía concedérselo y comenzar a ser paciente, sólo por mí, por mi recuperación.  Al parecer, como llegué con mis intestinos inflamados, tras la paliza y el chorrón de anestesia de la epidural, iban un poco más lentos y necesitaron 10 días para asegurarse de quitarme la sonda y no hubiera luego problemas. El día 10 de estar ingresada, sábado, me la quitaron y fué como un regalo, que alivio...Eso supuso, el comenzar a ingerir líquido y algo de sólido.
A las pocas horas de comenzar a ingerir alimentos, comenzaron las diarreas. Al principio unas cuantas veces espaciadas entre ellas, pero hubo un momento que era un no parar y me quedaba más hecha caldo aún. 
El día 13 me quitaron todos los drenajes y fue otra liberación, ya no parecía un árbol de navidad con tanto chisme saliendo de mi barriguita. Ahora ya sólo llevaba algún suero que me obligaba a llevar el palito para arriba y para abajo.  
La evolución estaba siendo muy favorable y aunque mi ánimo fue subiendo, la tristeza no me abandonaba, me sentía atrapada en una circunstancia tan intensa que aún no era capaz de asimilarlo. 
Por otro lado, al pasar varios días ingresada, quieras o no, coincides con las mismas personas siempre. Un día conocí a una mujer con aspecto demacrado parecía pero con una voz que sonaba fuerte y hacia intuir un espíritu potente. Parecía mucho mayor de lo que era, tiene 32 años pero su cuerpo delgado y malnutrido, daban un aspecto a "vieja" que no era justo. Me contó que llevaba un año sin comer,  como yo en esos momentos, llevaba una enorme bolsa con un líquido tipo leche de alimentación parenteral. Está claro que morirte de hambre no te mueres, pero por el aspecto, nuestro cuerpo necesita de más cosas para estar óptimo.  Me explicó también que era la segunda vez que estaba ingresada, llevaba  allí desde noviembre. Había ido a operarse del intestino pues tenía una enfermedad extraña donde su peritoneo se convertía fibroso y apretaba al intestino delgado dejándolo totalmente fuera de juego. En vez de llevar nasogástrica, llevaba un catéter  aspirador directamente en el estómago. Parecía que no la habían podido ayudar y estaban estudiando su caso. Mientras me lo explicaba, lloraba nombrando a su pequeño, tiene un hijo de 2 años y medio y está claro que es la fuerza que la ayuda a seguir.  
Al alejarme y coger distancia, por un lado, pensé en si yo aguantaría poder vivir así, y por otro, lloré de emoción al ver personas con tanta fortaleza, yo desbordada cuando todo me estaba yendo bien y tan sólo llevaba unos días ingresada, admiré esa capacidad de supervivencia y de aferrarse a la vida.
También conocí a un señor llamado Josep de unos 50 años que daba paseos del brazo de su mujer. En uno de esos encuentros me preguntó si me había operado el doctor Barrios y al confirmar me contó su historia. LLevaba 4 meses ingresado ya que al día siguiente de la operación surgió una complicación que le hizo estar dos meses en la UCI, se le hizo una fístula en un intestino que no curaba. Allí perdió toda la musculatura y una vez la subieron a planta, tuvo que comenzar de cero. En esos momentos aún se alimentaba parenteralmente pues necesitaba que esa fístula se cerrase del todo para volver a incorporar la alimentación oral.  Ahí estaba, pacientemente, día tras día, dando tiempo a su intestino. 
Estos dos casos realmente me afectaron, me hicieron pensar, me hicieron ver mis miedos pero también, lo afortunada que soy y lo bien que han ido las cosas, pues aún con esas, la pena me acompaña. Pensé que tras la operación me sentiría liberada, pero veo que existe un duelo profundo que uno debe hacer.
Como mi evolución era buena, me pasaron a una habitación compartida. En principio me tiré todo el finde sola pero el lunes llegó mi compañera, una señora que tenía un pequeño problema en la vesícula y le había creado una pancreatitis.  Cada uno con sus temores y preocupaciones, la pobre se tiro toda la mañana repitiendo lo mismo- "Ya lo sabía yo que sino me operaban era porque aún no estaba bien"- dale que te pego toda la mañana, y aunque era una mujer encantadora, me entraron ganas de decirle "venga, te cambio el puesto". Estaba claro, que lo suyo tenía fácil solución y la veías como se quejaba porque no podía comer debido a que le iban a hacer una prueba... Al segundo día la mandaron para casa y la sustituyeron por una mujer china y su hermana. La verdad es que fue divertido. estuvimos hablando como pudimos y nos contamos lo que nos había pasado. A ella le habían operado de cáncer tres veces con sus respectivas sesiones de quimioterapia. Me extraño ver una asiática enferma de cáncer, pues no es lo más habitual pero me comentaron que era un problema familiar, es decir, que tenían una predisposición genética. Me explico también que tenía un hijo de 10 años y que sufría mucho por él. Ambas hermanas viven en mataró y eso obligaba a la hermana sana a quedarse día tras día cuidando a su hermana convaleciente. Por la noche me dice que se va a duchar. Al salir lleva puesta una mascarilla en la cara lo que me provoca una risa que no veas. Al entrar al baño, me encuentro que ha lavado su ropa interior y la ha colgado como ha podido. Me hace gracia el nivel de supervivencia y adaptación de esta mujer que no deja sola a su hermana ni un instante y llevaba siete días mal durmiendo en una butaca. 
Esos fueron mis dos últimos días. Cuando me dieron el alta no me lo creía y eché de menos esa alegría que me caracteriza. Me puse contenta pero seguía con esa sensación de que aún quedaba mucho por delante, un futuro algo incierto, lleno de nuevas sensaciones corporales. El doctor Cruselles fue quien me trajo los papeles del alta y ante todo me dijo que tal como había ido la intervención, aunque me habían tocado mucho, tendría calidad de vida, y a eso me agarro, por mucho que aún no vea del todo la luz al final del túnel. 
Seguro que más de uno al leer este escrito pensará la suerte que he tenido, y que tendría que estar dando botes de alegría. Me siento agradecida pero en estos momentos es como si esa Conchi llena de vida, de alegría, con sentido de humor que siempre le ve el lado positivo a las cosas, estuviera tan cansada que necesitara quedarse un poco al margen y dejar que otras emociones, que fui llevando a rajatabla, salieran por fin del letargo. Muchos meses de tensión, de molestias, de altibajos, de incertidumbre. Una lo lleva bien, hasta que haces un super stop y ya no puedes conternerlas más, pues son fruto natural de pasar un proceso muy jodido. Ahora, sensibilidad a flor de piel, facilidad de llanto. 
Cada día que salgo a dar mi vueltecita por el barrio, soy feliz al notar el fresco en mi cara. Que maravilloso es sentirse libre. El sol y el aire en mi cara, me recuerdan que un día volveré del todo y el camino que hoy hago a pasos lentos y cortos, lo haré bailando...Porque esa Conchi que hoy está en silencio, sigue viva, sólo que un poco agotada y con necesidad de callar para dejar expresarse otras facetas. 

Conchi Gil









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