El cuento de Conchicienta y Calvanieves

29 de febrero del 2016

Erase una vez....una joven que como todas las protagonistas de los cuentos tiene una historia especial que contar. En este caso, se podría decir que se parece más al relato de la cenicienta ya que a una edad temprana, se tuvo que ocupar de todos los quehaceres del hogar familiar, de dos lindos niños y aunque residía con su padre,  se sentía sola, abandonada y algo incomprendida. En su hogar no existía la imagen materna, más de lo que ella misma intentaba imitar.  Ese amor materno del que constantemente se habla, quedó truncado por la incapacidad del sistema social de tratar algunos de los  problemas de salud mental que existían en esas décadas. Del mismo modo,  en muchas y repetidas ocasiones, dentro de las familias se intuía que pasaba algo extraño, cuando uno de sus componentes tenía comportamientos raros y fuera de lugar de forma constante. Lo adecuado en esas circunstancias, era hacer ver que no pasaba nada, pero lo cierto es que si que pasaba y normalmente, las víctimas dentro del círculo familiar, son los más dependientes, en este caso, los hijos. Así pues, la madre de "Conchicienta" metida en su nube (imagino yo, también incomprendida), hacía la mayor parte de las veces de madrastra,  hasta que un día desapareció con el sueño de volver a ser una jovencita en edad de flirteo y se marchó por el mundo en busca de las aventuras que su mente le imponía. Conchicienta de inicio se sintió aliviada pues eran muchos los malos ratos que le había hecho pasar, pero también sintió una rabia en el pecho que le duro unos cuantos años y en lo más hondo, echaba de menos tener una madre. Su corazoncito lloro en un silencio que ni ella era capaz de escuchar.
En ese contexto, de pobreza emocional y material en el que se encontraba, era normal estar enfadada, ser adolescente y sumar tantas emociones difíciles de gestionar no era cosa fácil. Por suerte, en su camino iban apareciendo "hadas amigas" que por temporadas le recordaban sus potenciales y eso le hacia surgir un deseo de que algún día pasaría algo que le cambiaría la vida. De mientras, seguía barriendo su humilde hacienda mientras soñaba con la normalidad, sumergida en cierta conformidad. Lo que ella aún no sabía era que el cambio estaba en sus manos y no de algo externo, pero en ocasiones las circunstancias son tales, que no la dejaban ver más allá de su escoba.
Pasada la adolescencia en su vida apareció un "supuesto principe". A la edad de 19 años la belleza es algo prioritario en la atracción a posibles candidatos al amor, y el aparecido, era guapo, guapísimo. Conchicienta con su baja autoestima, alucinó al ver que un chico tan hermoso se había fijado en ella, se sintió princesa y quedó totalmente encandilada de pura apariencia. Poco a poco, se fue centrando más y más en la relación con el caballero azul, casi tanto que no sabía donde empezaba ella y acababa él. Pero por suerte, toda alma buena dispone de un reloj destino que te marca la hora de hacer un cambio. En este caso,  no era a las 12 de la noche tras una fiesta, sino que tuvieron que pasar tres años y medio y una mili de ausencia del muchacho para que a su regreso, el bello príncipe se convirtiera en una enorme y hueca calabaza.
Un día mientras "Conchicienta" estaba barriendo la puerta de su casita, encontró una moneda de oro y pensó en que se la podría gastar. ¿En algo delicioso de comer? ¿En una prenda de ropa de moda? Noooo, fue y se apuntó a un gimnasio donde descubrió lo divertido y satisfactorio que es hacer deporte y no sólo eso, sino que averiguo algunas de las facetas más auténticas de su personalidad y lo apta que era a nivel deportivo. Esto le subió tanto su autoestima que empezó a poner en duda su situación. El ser ama de casa con sus sueños pajaritos estaba bien, pero soportar a los ratones que nunca iban a ser hermosos caballos colmo su paciencia. Quería ser una persona culta, vivir en una casa cómoda donde no hubiera lugar para zoológicos de insectos no invitados, tener una profesión. Ahora ya no le impresionaban los chicos sólo por su apariencia, sino que buscaba un buen compañero.  Aunque como Jasmín, desde el ideal romántico, seguía buscando a su Aladdín.
Con el paso del tiempo, a ConchiCIENTA se le fueron cayendo letras según iba consiguiendo sus propósitos vitales. Una A cuando consiguieron mudarse de casa ella y toda su familia; una T cuando se consolido como entrenadora deportiva; una N cuando rompió el rol familiar y tuvo la oportunidad de vivir su vida siendo ella misma; una E cuando fue capaz de comprometerse a nivel emocional; una I cuando terminó sus estudios de sociología y pudo ejercer como tal y una C cuando ha aprendido a querer y perdonar,  y sobre todo a quererse y perdonarse. 

Para llegar hasta aquí, a veces tiene que salir un genio malo de la lámpara de la vida, pero está seguro, que si le pides un deseo desde el amor (que todo lo trasforma), lo malo muchas veces se convierte en la oportunidad de nuestra propia existencia.

Y no puedo terminar mi cuento sin decir eso de... y fueron felices y comieron perdices... aunque en mi caso, lo habitual es el pavo o unas sardinitas a la plancha que son muy sanas y tienen omega 3 (jejejeje).  Ah, y sin presentar a mi "principe real" Miquel y su "modus operandi de conquista". 
Hay que ver... ¡como me tiene de engañá! Conquista tipo Eva en el paraíso con manzana y todo, o es Calvanieves ¿?...
Gracias niño, por estar a mi lado y hacerme sentir tan querida. 


Sonriendo tras la conquista. 
Convenciendo a "Calvanieves"




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