Diagnóstico e histerectomía

Los susurros del miedo

Existe una tendencia a justificar los acontecimientos como si vinieran dados desde fuera, como si las cosas que nos pasan sean un castigo por parte  de algo divino, de la mala suerte, del destino, etc. situándonos en una postura victimista donde parece que poco podemos hacer al respecto, volcando en manos de otras personas nuestro futuro, nuestra vida.
Por suerte, nunca había tenido que tratar algún tema de salud grave con las eminencias en medicina. Seguía mi código de valores y esperaba cierto apoyo, ciertas palabras de confort que me ayudaran  a poder encajar las nuevas noticias. Pero lo cierto es que, cuando me reuní con mi doctor de referencia, parecía más que me hablase de algo estadístico que de una persona enferma. Todo eran probabilidades y posibles acciones a la ecuación resultante. En ese momento no necesitaba sólo eso, igual acompañando el mensaje con una mirada de cariño o de ternura me hubiera bastado para confiar en él y no desmoronarme. Al despedirse me dio la mano tipo "agarrín de dedos manos blandas";  eso tampoco me consoló. Equivocadamente, ahora entiendo que lo que intentaba en esa primera visita era encontrar una esperanza en el mensaje de esa persona entendida, que me ayudara a tener ilusión. Hoy observo, que la alegría de vivir la tenemos que buscar dentro de uno mismo, y no esperar recibirla en los mensajes de los demás. Pero también reivindico desde un plano emocional que no se puede alejar tanto la medicina de la persona pues pienso que es de gran importancia para crear un clima de confianza y de recuperación.
Tras pasar por el pánico y el caos emocional que me supuso mi nueva situación, comencé a pensar que quería ser parte práctica de este proceso vital y no me iba a contentar con una única visita con "manos blandas" antes de mi intervención quirúrgica sin saber algunos resultados de las pruebas que me iban a realizar. Por suerte pude hablar con la ginecóloga que me atendió en un inicio y coordinó una visita unos días después de que se reuniera el equipo que me iba a operar.
Al entrar, el especialista tenía más aspecto de ser un investigador que un doctor de consulta a pacientes. No dejó de mirar y escribir en su ordenador en toda la visita, pero fue claro, conciso y correcto al contestar todas mis preguntas. En este caso, no me dio la mano ni al entrar ni al salir, está claro que este señor tenía mucho trabajo e iba "per feina". Igualmente, de esa visita salí contenta pues me comentó que según la resonancia parecía que el tema estaba muy localizado y eso era muy bueno.  Por otro lado, me confirmó el nombre de mi cirujano, aunque no lo iba a conocer, por lo menos sabía su nombre, ya no era alguien anónimo la persona que tendría mi vida en sus manos.
Nunca pensé que fuera tan importante para mí el poder darle un nombre, un rostro, una actitud a quien te va a intervenir.
Llegó el día de la operación. Dios que miedo, que incertidumbre. Mi intervención estaba organizada en relación a los análisis en patología que fueran surgiendo dentro de la misma. Según salieran las cosas, más o menos cirugía, más o menos cosas tocadas, más o menos invasiva, más o menos todo.
Aunque en la habitación me dieron un calmante, tumbada en mi camilla mientras espero, sigo con taquicardia. Veo entrar y salir enfermeras vestidas de verde del quirófano número 7. Todas ellas sumergidas en la rutina de su día a día, se saludan con buen humor, ríen, bromean sobre las vacaciones sin dejar de hacer sus labores. En algún momento,  al apreciar mi cara de miedo me dedican unas palabras.
Al rato se acerca una chica joven, muy joven y me dice que es la anestesista, me inyecta algún calmante y me pone una vía en la mano, por el momento no me ha dolido. A los dos minutos me han entrado a quirófano y me piden que me siente para ponerme la epidural. En ese momento, se acerca un señor de unos cincuenta y pico años, me mira calmado y me dice que es el cirujano, levanto mi cara y no se me ocurre otra cosa que decirle "Por favor, señor doctor, si me tiene que abrir, por favor, "jeme una cicatriz bonita", él me mira con ternura, acaricia mi rostro y me dice que todo irá bien. Siento una enorme confianza y tranquilidad. Fue un gesto muy tierno que me hizo entrar en el sueño de la anestesia con un sabor dulce.
Hablar de mi despertar tras la cirugía duele. Al final se decidió abrir mi abdomen, darle un vistazo y hacer una limpieza total. Despertar y notar todo tu abdomen rígido y dolorido fue un golpe muy duro, tenía la esperanza que se acabara todo con una laparoscopia, que mi dolencia fuera más leve, pero no pudo ser así, en la búsqueda de salvar mi vida y prevenir futuros problemas, se tomó la decisión más adecuada. Este tipo de intervención me hacía recordar la vivencia de la muerte de mi madre y acentuaba mi miedo por mil. Está claro, que yo no soy mi madre, ni vivo la misma situación, ni estamos en la misma época, pero es como si te surgiera un miedo oculto que siempre has tenido escondido en lo más hondo de ti.
El segundo mal trago fue al salir de reanimación, estaban todos mis seres queridos esperándome y sus caras mostraban una tristeza y cansancio que me llegó al alma. Muchas horas de espera y de incertidumbre, pero al salir el cirujano dentro de la larga operación les dijo que que todo había ido bien.
Como me dijo una amiga mía, los dos primeros días fueron drogas, drogas y más drogas. Afortunadamente, la medicina ha avanzada muchísimo y que te abran en canal, observen y remuevan todas tus vísceras se puede sobrellevar dignamente gracias a los avances tecnológicos en anestesias y ayuda al dolor. Es increíble como ha cambiado todo, es una maravilla.
En cambio, dentro de la nube en la que estaba sumergida recuerdo mi mal humor con quienes me estaban cuidando y velando por mí, minuto tras minuto. Ahora puedo entender que me sentía enfadada, rabiosa por tener que pasar por algo así, pero sobretodo, sentía un miedo atroz ante la posibilidad de sufrir, sentía como si hubiera perdido algo irreemplazable en el camino, como si nunca fuese a recuperar mi vida, sentía mucha tristeza.
El tercer día ya empezaron los requisitos de mejora. Ahora quitamos vendaje de la herida, luego la sonda, más tarde un drenaje, las vías que no iban a ser necesarias, la epidural, etc.
Día a día, me iba deshaciendo de los útiles de guerra y cada pasito era algo reconfortante pero también me daba una conciencia diferente de mi situación, cada vez sentía más todo, las molestias, las emociones, la realidad.
El miedo paraliza muchísimo, me hubiera quedado toda la semana sumergida en mi burbuja dentro de la cama sin moverme, sin estar. Pero de eso, "nanai de la china". Tengo que resaltar el excelente trabajo del equipo de enfermería de la planta de urología del clínico. Divina paciencia ante una niña asustada que psicomatiza todo lo que puede.
El tercer día por la tarde vienen dos auxiliares y me sientan en la silla del acompañante y me dicen que tengo que estar por lo menos 1 horita. La sensación al movilizarme es de que me va a estallar la barriguita, una presión en las costillas, en el pubis , que ahora ya he podido asimilar y naturalizar, pero la primera vez, asusta. Al siguiente día, venga, que tienes que caminar y me uní al grupo de "achuchados anómimos" que deambulaban por el corto pasillo de la planta. Cada cuál con su circunstancia y sus adornos, nos veíamos pasillo arriba, pasillo abajo, la mayoría del brazo de algún familiar intentando sobrellevarlo de la mejor manera. Hay que ver, con lo presumida que soy, en esos momentos me daba igual si se me veía el culo, se me transparentaba la bata, si tenía pelos de abuela (cuando se separa el pelo por detrás de dormir), pelos en las piernas, me daba igual. El objetivo de moverse era poder deshacerte de los dichosos gases de la operación y ayudar a movilizar las vísceras y eso, os lo digo de verdad, se convierte en una prioridad cuando al tumbarte la presión intercostal es dolorosa e incómoda. Te sientes tan hinchada, que se te quita el apetito, tu pobre estómago no tiene espacio para poder introducir alimentos. Para colmo, la dichosa anemia consecuencia de la pérdida de sangre en la operación, te hace caminar sumergida en un mareo de barco. Pero al final, hasta te acostumbras a estar lela, tu objetivo es..."gases fuera, gases fuera"...
Está claro que muchas personas han pasado por intervenciones quirúrgicas y que no hay que montar un drama, pero para mí, una persona que siempre ha estado sana, que ha vivido del rendimiento físico y el control corporal, el encontrarme tan vulnerable, tan débil ha sido y está siendo, una experiencia nueva y dura. Todos los que me conocéis sabéis que no destaco por mi paciencia, más bien, soy un culín inquieto, rápido y energético, multifunción. La vida me ha puesto en esta coyuntura imagino para trabajar mi paciencia y tomar conciencia de cosas que por mi velocidad constante me pasaban desapercibidas. Es por eso que ahora, cualquier detalle que consigo alcanzar es un triunfo.
En estos momentos estoy en esa montaña rusa con tendencia al alza pero que en ocasiones ante la mayoría de mejoras que voy consiguiendo, tu cuerpo se rebela y te pide un stop. Sólo hace 10 días de mi operación y aquí estoy, escribiendo sentada en el confortable sofá de casa, acompañada de la mejor compañía y con todos los recursos que una puede necesitar para estar feliz. Ahora sólo falta creérselo del todo. De ahí la importancia de escribir esta historia, me ayuda muchísimo a liberar miedos y ser más objetiva ante mi evolución y progresos.
Vuelvo a agradecer el maravilloso trabajo de las profesionales del clínico (ya que mayoritariamente son mujeres). Aunque mi agradecimiento es para todo el equipo, quiero destacar a la enfermera Amalia,  la auxiliar Eli, las doctoras que me hicieron el seguimiento y al Cirujano que me operó. Gracias por su cercanía, humanidad y su profesionalidad.





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