El despertar de mi verdadero yo

19 de septiembre del 2015

Desde bien pequeña...

Cada escrito, cada comentario marca una momento de reflexión dentro de este proceso duro que me ha puesto la vida. Por supuesto que lo vivo como un aprendizaje, como un despertar a una nueva manera de vivir, a una nueva Conchi. Ya he comentado con anterioridad que desde el diagnóstico y posterior operación he sido consciente de muchos cambios en mi interior. Ayer mismo asistí a una charla para promocionar un curso de Yoga Holístico y el profesor destacaba lo importante que es dedicar tiempo a trabajar tanto a nivel físico, emocional, mental y espiritual para conseguir ser feliz y tener una vida saludable.  Cuando escuchas el discurso lo ves tan fácil. Al reflexionar te das cuenta que todos tenemos una tendencia, nuestra balanza se inclina hacia unos elementos más que otros y si nos quedamos en nuestra área de confort, siempre existen desequilibrios. El primer paso es ser conscientes.

Desde bien pequeña la actividad física se convirtió en una válvula de escape. Mi situación infantil iba acompañada de un constante estrés emocional que unido a mi carácter me hacía ser una chica nerviosa, movida e inquieta. Creo que mi padre se percató de mi necesidad de moverme, de estar activa y con ocho añitos me apuntó a mi primera cursa de atletismo. Fui participando en alguna que otra pero no le pillé la gracia. Lo que sí que me gustaba era jugar como una loca en la calle. La mayoría de mis juegos preferidos eran bastante activos. Jugaba a las gomas donde era ágil como una gacela. Me podía tirar horas y horas levantando las piernas entre las mismas, saltando, pisándolas con gracia al tono de alguna canción. Los juegos que más me gustaban eran los que llevasen cierta competición. Se me daba bien ganar y sabía perder. Desde pequeña he sido bastante competitiva y según crecía me resultaba un aliciente mayor el competir con los chicos, me aburría la sumisión de muchas chicas, no me retaban lo suficiente. Por ello,  comencé a jugar al fútbol, al pichi (versión callejera del béisbol), a la lima (clavar un destornillador o algo similar acabado en punta en un recuadro dividido en ocho dentro del barro), a las canicas con apuestas incluidas, etc. Destacaba como una chica que hacía perder a los chicos y que en ocasiones por ello, se llevaba algún escupitajo de un despechado. Jugué hasta bien cerca de los quince, me encantaba. Luego vino el tiempo de las discotecas y cambié el juego por el movimiento a través de la música y se me dio bien. Siempre había adorado la música y fue un grato descubrimiento ver como mi cuerpecito delgado se podía mover tan coordinado. Me podía tirar horas sin parar y esa afición hizo que fuera mejorando mi técnica.
Mi reencuentro con el deporte fue a las 21 años. Junto con mi hermana y una amiga nos apuntamos a un polideportivo y allí descubrí la que sería mi profesión vital, entrenadora deportiva. Comenzar a ir al gim me cambió la vida a todos los niveles. Me conectó a nivel físico y emocional, subió mi autoestima y me dio la confianza necesaria para creer en mí. Sigo amando la actividad física y es parte de mi vida.

Desde pequeña he sido una chica muy sensible y con muchas barreras de autoprotección. Como mayor defensa trabajé en una mente rápida y controladora que me ayudara a darme cierta sensación de seguridad. Parecía que todo lo que pudiera racionalizar era seguro. Y esa dinámica se hizo dueña de mi forma de vivir. Por otro lado, esa manera de hacer, me ha dotado de una capacidad analítica muy rápida y audaz, pero está claro que hay que buscar el equilibrio para no dejar que nuestros pensamientos dominen nuestra vida.

Desde bien pequeña el afán por el saber me acompaña. Siempre he tenido una inquietud por aprender, me conquista el saber a todos los niveles. Adoro tener conversaciones con quienes comparten las ganas de aprender desde la sencillez, sin pretensiones. El mundo nos ofrece mil ventanas donde asomarnos y visualizar el conocimiento desde infinidad de formas.

Desde bien pequeña tuve una inquietud por los temas religiosos, lo "místico". Mi abuela paterna nos llevaba algunos domingos a misa católica. Eso suponía un enorme aburrimiento y una imposición de unas prácticas que no entendía ni compartía. Recuerdo el sentimiento de rechazo que me provocaba todo el ritual y lo poco que me gustaban las imágenes de la iglesia, siempre tan tristes, tan sufridoras. La imposición nunca la he llevado bien y como respuesta surgía una rebeldía absoluta. Como mis padres no eran practicantes no tenía más relación con la iglesia católica que en esas visitas de mi abuela. Cuando llegué a la edad de la comunión, veía a muchas compañeras de clase que iban a catequesis. De pequeña llevaba fatal el quedarme excluida y por pura curiosidad y en la búsqueda de ser normal, un día me atreví a acercarme al cura que daba este seminario. No recuerdo que le pregunté, pero sí que era una de esas preguntas comprometidas casi sin respuesta donde lo habitual es "Porque dios lo quiso así". El padre me miró y puso cara de desaprobación, pienso que sería una buena pregunta pues se sintió desubicado y sin decir nada, siguió su camino. Lo cierto es que me sentí frustrada.  En esa misma época, debido a que pasaba muchas horas dando vueltas por la calle por mi situación familiar había vecinos que se interesaban por mí. Por otro lado, mi inquietud interior atrajo a otras creencias. En mi misma calle, vivía una familia encantadora de testigos de Jehová. La madre ya me había visto en varias ocasiones y me había saludado amablemente. Un día se me acercó y comenzamos a conversar. Al instante comencé a hacerle un sinfín de preguntas sobre dios y todo lo que me habían enseñado. Sentía una gran curiosidad por todo lo sagrado. Ella sin pereza me iba contestando todas y cada una de mis dudas. Entre la charla espiritual poco a poco fuimos intimando y también tratábamos temas de mi situación familiar. Para mí, esas reuniones supusieron un apoyo enorme además de una información interesante. Los testigos de Jehová estuvieron en mi vida tres de años, de los doce a los quince. Acabé yendo junto a mis hermanos a las reuniones y fue ahí, cuando me dí cuenta de que no me podía vincular más, no sentía dentro de mí el seguir con esa práctica. El agradecimiento no era suficiente como para hacerme seguidora incondicional y lo dejé. Soy consciente que existe mucha controversia con esta religión, pero siento un enorme respeto y agradecimiento por esta comunidad. En una etapa muy difícil de mi vida, en plena adolescencia, me dieron un apoyo incondicional y respetaron sin reproches mi decisión de marcharme.
A los dieciocho años me hice amiga de Ángela. Ella junto a su familia asistían a un grupo religioso hindú. Al compartir conmigo las creencias me quedé fascinada pues se acercaban bastante más a las ideas que poco a poco me había ido creando. Un día asistí con ella a una reunión pero lo cierto es que no estaba preparada para ciertos rituales y no volví. Empecé a tomar la postura de que la espiritualidad no tenía porqué estar asociada a la religión pero de inicio, se me creó cierto abandono de seguir en mi búsqueda.
Ya en mi carrera en la universidad, pasados los treinta como última asignatura de manera "causal" pues era la única que podía hacer, hice como optativa "sociología de la religión". La profesora era una seguidora nata del budismo, eso llevó a que la asignatura se convirtiera en "sociología del budismo". En el inicio me costó bastante entender la filosofía pues es bastante compleja pero según fui profundizando me gustó muchísimo. Al terminar la carrera me interesé por conocer un poco más las diversas religiones del mundo. Descubrí que la base filosófica es muy interesante, el problema lo encontramos en el uso que los seres humanos le damos. Todo este aprendizaje no me llevó a reencontrarme con mi parte espiritual.
Por cosas de la vida, una vez terminada la carrera me puse a colaborar en una entidad llamada Adama, asociación que ofrece un servicio a personas en exclusión social mediante programas de crecimiento personal a través de las terapias alternativas. Allí me zambullí en un mundo nuevo para mí pero lleno de mensajes. Comencé a escuchar la palabra universo, integral, holísitco. Conocí a personas increíbles con una mentalidad, una forma de vida muy consciente y coherente con el mundo en el que vivimos y las necesidades que hay en él. Fue allí donde se me puso la semillita de la espiritualidad.

Desde bien pequeña...siempre he buscado que me quieran, me acepten y he descubierto que no hay que buscar tanto fuera, sino cultivarnos por dentro, amarnos, aceptarnos y respetarnos. El primer "no juicio" debe ser con nosotros.
En la actualidad, soy más consciente de las necesidades que tengo y dejo que vaya llegando todo lo que el universo me traiga, aprovecho el aprendizaje de los descubrimientos y me permito equivocarme para seguir aprendiendo.


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